lunes, 2 de agosto de 2010

DOMINGO XVIII ORDINARIO “C”

«Buscad los bienes de arriba» Si 1,2; 2, 21-23: ¿Qué saca el hombre de todo su trabajo? Sal 94, 1-9: Escucharemos tu voz, Señor Col 3, 1-5. 9,11: Buscad los bienes de arriba, donde está Cristo Lc 12, 13-21: Lo que has acumulado, ¿de quién será? I. LA PALABRA DE DIOS Llega a su fin la lectura de la carta a los Colosenses: el Bautismo es el principio de una vida nueva, que compromete a seguir una conducta pura, digna de ser vivida en Cristo resucitado. El libro del Eclesiastés (Sirácida) recoge las enseñanzas de los antiguos sabios de Israel sobre la inutilidad de las riquezas materiales cuando se pone la confianza en ellas. En el Evangelio, Jesucristo desarrolla una catequesis acerca del uso de los bienes materiales a partir de una pregunta sobre un pleito de herencia. Ante el Señor hemos de plantearnos el lugar que tienen los bienes materiales y la actividad económica en nuestra vida: la avaricia y codicia por ellos, las justas relaciones laborales, el uso de los bienes comunes, el abuso de los bienes propios... Los bienes materiales son un medio para vivir con dignidad, nunca un fin en sí mismos. El Evangelio, como la primera lectura, relativizan su importancia. En nuestra vida y en nuestra sociedad se absolutizan. Es como el reverso de lo que es el núcleo esencial del mensaje de Cristo, que ha venido a comunicarnos que somos hijos de Dios, que nuestro Padre nos cuida y que, por consiguiente, es preciso hacerse como niños, confiar en el Padre que sabe lo que necesitamos y dejarnos cuidar. El pecado del hombre rico de la parábola es que no se ha hecho como un niño: ha atesorado, fiándose de sus propios bienes, en vez de confiar en el Padre. La clave la dan las palabras de Jesús al principio: «Aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes». Por eso este hombre es calificado como «necio». Su absurda insensatez consiste en olvidarse de Dios buscando apoyarse en lo que posee, creyendo encontrar su seguridad fuera de Dios. En efecto, la autosuficiencia es el gran pecado y la raíz de otros muchos pecados, desde Adán hasta nosotros. La autosuficiencia nace de no querer depender de Dios, sino de uno mismo; y lleva a acumular dinero, conocimientos, bienestar, ideas, amistades, poder, cariño e incluso virtudes o prácticas religiosas. Justamente lo contrario del hacerse como niños. Al contrario, el que se sabe dependiente de un Dios providente, es el sensato; su humildad y confianza le abren a recibir todo como un don, incluidas las inmensas riquezas de «los bienes de allá arriba». El que busca afianzarse en sí mismo, en lugar de recibirlo todo como don, es el necio y antes o después acabará percibiendo que todo es «vaciedad sin sentido». El dinero y el «tener», que es bueno y necesario para la dignidad de la persona, puede, sin embargo, convertirse en un ídolo. Sólo Dios es el origen, guía y meta de todo lo que hacemos y queremos en la vida.

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